Guillermo B.

Hace un año, a propósito de la necesidad de dominar a quienes nos rodean ,observé en televisión un programa de “esos”. Un reality donde soltaban a jovenzuelos por una playa coral trufada de discotecas y cuerpazos. Se entrevistaba a los concursantes según echaban el rato, entre festivales de carnaza y alcohol. Recuerdo que una de las chicas decía lo siguiente:

“No me gusta que se acerquen otras moscas (mujeres) a mis amigos”

Comencé a pensar, aunque la competencia sexual  lleva entre nosotros milenios, los conocidos de la chica eran sus amigos, no sus parejas, ¿A qué venía exigirles explicaciones cuando flirteaban con alguna otra persona? Y sobre todo, ¿ella se daba cuenta de que sus “amigos” eran desconocidos que acaba de conocer en el plató? ¿Sería consciente de que exigía ciertos comportamientos, en personas  que no eran ni su pareja ni sus verdaderas  amistades? En resumidas cuentas, ¿A que venía esa necesidad de control y dominancia? 

“Celos buenos” lo llamaba nuestra protagonista…(Ni que decir tiene que observé esta tendencia tanto en las mujeres como en los hombres del concurso)

Los celos y el cerebro

En 1965  S. Allan , y  posteriormente Jenkins en 1980, llevaron a cabo experimentos en esta línea interpretativa. En  experiencias de laboratorio, indicaban a los sujetos que pulsaran un interruptor y comprobasen si se encendía una bombilla. Realmente, y así lo indicaron los experimentadores, las lucecitas estaban trucadas y hacían un poco lo que les diera la gana (se encendían al azar), pero aun así y todo los encuestados percibieron mayoritariamente que sus actos definían las vidas de aquellas bombillas.

Del mismo modo, se han hecho igualmente estudios en casinos de juego y el resultado es sencillo y genial: ¿Os habéis dado cuenta de que si necesitamos un número alto solemos tirarlos con brío y si necesitamos una tirada baja los lanzamos flojito?

Los casos citados son ejemplos que evidencian un fenómeno conocido como “ilusión de control”la tendencia que todas y todos tenemos al creer que influimos en resultados donde realmente no ejercemos ningún poder.

Ser parte del juego y tirar los dados

Este proceso tan discreto es en realidad alucinante pues explica situaciones tan dispares como tener una moneda de la suerte o controlar que tipo de ropa se pone tu pareja.

Lo que ocurre en esencia es que cuando nos sentimos amenazados, ya sea por perder una apuesta cara/cruz o temer que se acerquen competidores sexuales a nuestra persona amada, reaccionamos con miedo. Aunque haya poquísimo en juego (“¿influyo en encender esta luz?”) o nos apostemos la totalidad de nuestros recursos (“en esta tirada de ruleta van los ahorros de la familia”), siempre se trata de lo mismo: el control de mi entorno me asegura supervivencia, cuando no una elevada calidad de vida.

Es quizá la estrategia más fructífera de la evolución y comenzó probablemente cuando la gente se empezó a dar cuenta de cosas: la gente prehistórica  pensaba si vigilo a mi “hembra” me aseguro que mi descendencia se extienda, si controlo los cultivos podré echar raíces y dejar de ser un nómada, si controlo a mi “macho” me aseguro que no se desentienda de nuestra prole, si mantengo limpias mis heridas no moriré de peste, si controlo la posición de las estrellas no me perderé jamás…y un infinito etcétera.

Nuestro envidiable córtex prefrontal nos ha susurrado algo así como un secreto cósmico: si atiendes a los detalles del tablero verás que puedes cambiar los resultados.

En cierto modo, este “prestar atención a las variables” supuso el nacimiento de la agricultura, la medicina, la tecnología… Y como absolutamente todo lo que puebla nuestra existencia, es un poder que se nos ha ido de las manos, siendo la primerísima consecuencia que nos solemos sentir muy amenazados cada vez que algo no depende de nosotros.

Es cierto, cuando la situación se va a decidir por azar, o por personas o entidades con diferentes criterios a los nuestros, lo pasamos fatal.

PROBLEMA AÑADIDO: Si esta situación se da en personas con poco amor a sí mismas (lo que mal llaman baja auto-estima) es cuando sucede la agresividad, las conductas de dominancia, los chantajes emocionales y demás medidas represoras.

Es ciertamente un esquema asombrosamente simple y explica la existencia de hermanos envidiosos, parejas maltratadoras, colegas de trabajo ruines e incluso regímenes dictatoriales. El germen de estas personas tóxicas siempre es el mismo, controlan y dominan porque están profundamente aterrorizados.

Es un fenómeno milenario, y por tanto surge cada vez que nace una familia.

En el seno de una familia existen relaciones de poder y dominancia. A priori no tiene nada de malo: la mamá o el papá debe imponerse en ocasiones para que en los peques se interioricen normas sociales y de supervivencia.  Esto, tan necesario, puede igualmente descompensarse y fomentar una verticalidad nada conveniente. Cabezas de familia que someten a quienes no obedecen sus mandatos, hijos que actúan como pequeños dictadores, ancianos despreciados intelectualmente, miembros de la familia con discapacidades por las que son infantilizados, personas con opciones sexuales que les han supuesto el destierro familiar…Realmente siempre es lo mismo, uno teme que le avergüencen o que le empequeñezcan o que le manipulen… y por tanto decide imponer sus decretos. Y donde mejor se ve es en la familia.

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Y como la familia es el punto de partida de este juego de la oca, a partir de aquí se extrapolará a cualquier ámbito la adicción al control.

Así, por ejemplo, ¿Cuál es (aparte del amor) el mayor instrumento sojuzgador de voluntades, anulador de individualidades? En efecto, el vil metalEl mejor correlato que evidencia la necesidad de poder, es el mal uso del dinero.

Pensad en el mecanismo que opera bajo todas y cada una de las sociedades corruptas de la humanidad: partidos políticos perversos, instituciones malvadas   y demás formas de MAFIA:  La adicción al vil metal“El blanqueo de dinero es el corazón mismo del crimen organizado” (Mario Hernández, 2002) El dinero absoluto, también corrompe absolutamente.

Otro ejemplo. Qué ocurre cuando un nuevo partido político, que jamás ha entrado en el ruedo irrumpe en el panorama actual. Independientemente de si los que viene son mejores o peores, lo que se aprecia en los dirigentes que llevan décadas gobernando es auténtico pavor. Y en sus votantes igual. Como la política es una extensión de la  moralidad, la idea de que alguien diferente controle aspectos tan decisivos como la sanidad o la educación, nos abruma, nos paraliza de miedo. Por esto muchas personas a lo largo de la historia, y bajo muy diferentes estandartes, han cortado tales expresiones con brutalidad, con el mismo afán que quien cauteriza una herida.

Reflexionemos del mismo modo con otro escenario idóneo para dominar y constreñir a las personas: el acoso moral en el trabajo.   Esta práctica fue denominada por Heinz Leymann (1996) y difundida por Marie-France Hirigoyen (1998,2001). Se define como todo comportamiento abusivo (gestos, palabras, actitudes…) que atenta por su carácter repetitivo o sistemático contra la dignidad o integridad física o psicológica de un empleado, poniendo en peligro la conservación de su empleo o empeorando el ambiente de trabajo.

En palabras de Hirigoyen  el propósito siempre es el mismo, deshacerte de alguien que te molesta. Existen multitud de motivos para cometer acoso, desde la envidia a la protección de secretos (muchos acosados tuvieran la mala suerte de advertir un fraude), pero esencialmente es un vil deseo por tener influencia y dominar a otro ser humano.

Es más, pensemos en la peor variante de este ejemplo, el acoso sexual en el trabajoHirigoyen nos invita a echar la vista atrás y el resultado es espeluznante. Que un jefe acose sexualmente es una práctica muy en sintonía con el antiguo derecho de pernada de la edad media. No podría estar más de acuerdo, pues que el rey/señor se reservase el privilegio de pasar la noche de bodas con la mujer de un vasallo, era asegurarse que los hombres y mujeres de la época no eran iguales. Era un modo de evidenciar que unos eran mortales y los otros dioses. Era una manera lasciva de asegurar el miedo para que jamás se revelasen (amén de un modo de consolidar la propia descendencia, otra forma de control que siempre pesará en nuestro software cerebral)

Vayamos a otras posibilidades. A grandes rasgos, ¿Por qué acosa un niño a otro en el colegio? Para dominarlo porque disfruta de ese poder, pero también porque quiere ser de los que “parten el bacalao”. Es decir, quiere ser de los que controlan, no de los que son controlados.

¿Por qué algunas personas entienden que ver un partido de futbol supone partirse la cara? Porque, entre otros motivos, la violencia es una manera corrupta de legitimar nuestras aficiones. A nadie le gusta ser el único fan de algola masa da fuerza a nuestras convicciones, y quienes atentan contra esto quitan fuerza a eso que nos identifica, que nos une. La masa es el mayor agente de control que existe, y el deporte en ocasiones es el amante favorito de la masa. Era cuestión de tiempo que las relaciones de dominancia hicieran aquí su hueco.

Otro contexto donde en ocasiones surge la adicción al control es, por supuesto,  la vida en pareja. En verdad lo afirmo. Existen variables terceras decisivas (la infancia de la persona, la cultura donde se vive, papel de la sociedad…) pero por qué creéis que un marido maltrata o una mujer domina. Por miedo a perder su círculo de influencia. Las prácticas de maltrato proceden de un espanto visceral a que la otra persona les abandone, y por tanto ya no podrán someterla. Y es una medida falaz, inútil:  por encerrar a una persona en su casa, indicar como ha de vestirse o someterla con violencia, no nos va a querer más o no va a enamorarse de otra persona. 

Así vamos ascendiendo en la escalada de dominación y llegamos al mayor logro de la necesidad perversa de control: la guerra. Más allá de cualquier afán expansionista, lo que motiva semejante acto es exactamente lo mismo, miedo, pánico atroz, angustia y horror ante la posibilidad de que alguien o algo, pueda hacernos daño por escapar de nuestro yugo.

Estamos ante uno de los mayores engaños de la humanidad pues cuando nos entregamos al dominio desmedido, creemos controlar lo que nos preocupa, pero no es así. El maltratador seguirá sin dominar su voraz inseguridad, el niño abusón continuará teniendo miedo, los corruptos y mafiosos jamás saciaran sus apetitos, el envidioso del trabajo siempre se sentirá atacado por competidores y los señores de la guerra nunca dejaran de ver enemigos.

Creer que puedes controlar aspectos que realmente se te escapan, esto es la ilusión de control. Si se combina con:

.Una concepción hostil de la vida

.Un pobre repertorio de conductas

.Trastornos mentales de tipo ansioso/depresivo y/o abuso de drogas.

.Celos patológicos

.Trastornos de personalidad como la psicopatía, el trastorno límite o el paranoide.

.Dificultades en la expresión de emociones.

.Distorsiones cognitivas (sobre la mujer, sobre otras razas etc., etc.)

Y, sobre todo, si existe una notable inseguridad y un sistema de autoestima frágil, entonces la persona tenderá a ejercer poder sobre aspectos profundamente erróneos y que poco tienen que ver con sus problemas y la cura de los mismos.

 

¿Nunca habéis escuchado esas palabras de Buda: el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional? PUES TENÍA RAZÓN.

El pánico a estar expuesto es enorme, lo sé. Pero combatir ese miedo es inútil, y tratar de eliminarlo siendo dominante es un error. Aceptemos que vamos a hacer el ridículo, que nos duele la vida en ocasiones y que somos cosas muy pequeñas  para tratar de dominar el universo.

No se trata de  convertirmos en muñecos sin voluntad a quien se puede machacar. Nada más lejos de la realidad. Cambia aquello que puedes: CAMBIA TU MISM@ Y EL MUNDO CAMBIARÁ CONTIGO.

Cambia tus pensamientos y comprende que someter y controlar todas las variables no funciona

Potencia la aceptación radical de ciertos acontecimientos (mi pareja me puede dejar, mi compañero de trabajo me puede poner en evidencia, puedo morir mañana…) y brillarás con luz propia pues te habrás quitado un lastre salvaje: serás libre.

Recuerdo las palabras de Jeph Loeb y Tom Morris “Todos aspiramos a influir en lo que nos rodea, tener un efecto en el mundo y que nos reconozcan ese impacto”

Lo chulo es que Loeb y Morris no son psicólogos sino, entre otras cosas, guionistas de comics de Superman y los amo por ello: Incluso el ser más todopoderoso del universo, tan solo quiere que le reconozcan el mérito, nada más.

Échale un vistazo a lo que hablamos al respecto:

https://www.youtube.com/watch?v=DDovv2B1ccw&t=4s