Guillermo Blázquez
Si mentir es propio de mentes inmaduras, ¿por que se requiere inteligencia para hacerlo?
Daredevil escuchaba la aceleración de los latidos del corazón, Wonder Woman tenía un lazo superchulo que una vez te apresaba te obligaba a decir la verdad y mi favorito, Lobezno, simplemente olía el sudor del que miente.
Como decía Zagerin (1996) aún más importante que la mentira misma está el saber pillar al mentiroso. ¿Por qué? Porque por mucho que nos duela, mentir para el ser humano es como él respirar.
El 30% de nuestras interacciones semanales se basan en mentiras y decimos por lo menos una falacia al día (Wier y Epstein, 96) De esto se desprende que el tener un detector de mentiras natural es ciertamente probable pues somos cómplices y víctimas de la falsedad con enorme frecuencia.
Los estudios demuestran que el ser humano promedio cree tener una capacidad de descubrir el engaño de casi un 73 % de eficacia (primera de nuestras mentiras, el porcentaje no llega al 58 %, Charlton y Cooper, 1997) Dicho error se debe a la influencia de sesgos personales, prejuicios culturales y atajos mentales que pensamos nos ayudan en nuestro día a día.
No obstante tenemos ciertas claves que son sello personal de nuestras mentiras. Quizá dominar las claves arroje algo de luz en tanta oscuridad.
Claves fisiológicas
Mentir altera la fisiología, como por ejemplo aumentar el ritmo cardiaco (Ben-Sacar y Faredi, 1990) Así lo han demostrado los polígrafos y los registros de actividad cerebral.
¿Problema? Lo habitual cuando quieres comprobar si alguien te esta mintiendo NO es meterlo en un laboratorio y pincharle una dosis de Pentotal Sódico (El celebre suero de la verdad)
Claves comportamentales y para-verbales
La postura, el contacto visual, pausas en el habla… La eficacia del estudio de estos parámetros se basa en que la gran mayoría de personas no controlan tales índices. Es coto privado del inconsciente (Zuckerman et al, 81)
Claves verbales
Se refiere al contenido del mensaje. Si comparamos los enunciados falsos con los verdaderos, veremos que:
El mensaje falso presenta mayor proporción de información emocional o interna. Tiene lógica, pues del mundo emocional y caliente es de donde emana la información no contrastada.
El mensaje veraz por el contrario, contiene más información sensorial y alusión a detalles temporales (Popola y Niemi, 99) De hecho en la reconstrucción de un relato en psicología forense (por ejemplo la víctima de un ataque en estado de shock) se presta mucha atención al recuerdo de los olores, a los sonidos, etc. etc.
Ahora bien, ¿solemos emplear tales claves en la vida cotidiana? NO, evidentemente. De hecho, lo que solemos hacer es bien diferente.
Vrig (2001) defiende que en la búsqueda del mentiroso atendemos en la inmensa mayoría de ocasiones a su inquietud delatora (si la persona está nerviosa) ¿Problema? directamente excluimos a todos los que saben mentir sin alterarse (que no son pocos)
Por otro lado, el ciudadano de a pie no suele ser muy consciente de cómo es cuando miente. Tiende a creer que es de un modo y por consiguiente cree que los demás al mentir también lo son. Craso error, a diferentes mentes, diferentes trolas.
Además solemos imaginar que la conducta del mentiroso es consistente y no lo es, depende de sus circunstancias. Lo realmente probable es que ni siempre engañe ni siempre del mismo modo.
Retomando el punto inicial, lo que es un hecho indiscutible es que mentir constituye un componente esencial de nuestra inteligencia social.
Ulrich Craft, con ingenio y bastante sorna, apunta a cómo desde aquel célebre “no mentirás”, el ser humano no ha parado de decepcionar al Señor. Y es que TODO EL MUNDO MIENTE. Así somos (Así por ejemplo, Jellison piensa que los mayores mentirosos son los que requieren de mayor agenda social: vendedores, enfermeras, abogados, periodistas y…ejem, psicólogos)
Dejando a un lado ataques personales, lo que este artículo pretende decir es que si nacemos con esta capacidad NO es porque el ser humano sea malvado por naturaleza. Nada más falso. Mentir no solo es propiedad de las malas personas
Pensemos en el tipo de animal que somos, uno social. Por ello, como preferimos vivir en convivencia con otros congéneres, de vez en cuando echamos mano de esta argucia en pro de esa misma estabilidad social.
Un ejemplo. Pensemos en alguien que lleva cocinando toda la mañana y al ofrecérselo a su invitado éste le dice que está asqueroso. De hecho no nos cuesta lo más mínimo imaginar una frase tipo: “No, yo es que soy muy honesto, no miento aunque duela” No amigo mío, en este caso lo que eres es un maleducado (y además estas respuestas suelen enmascarar deficits en el contacto con otras personas, deficits que crean sobre-compensaciones muy equivocadas)
OJO: No se está defendiendo que lo suyo es mentir como forma de vida, pero como sabréis en determinadas circunstancias una sutil mentira arropa más que una verdad desnuda. El ser humano y sus construcciones, está hechos de matices y sutilezas. Es una cuestión de dignidad evolutiva el saber jugar con las palabras.
Asimismo, los estudios apuntan a que la mayoría de nuestras mentiras provienen de un deseo honesto para alegrar la vida a los demás. REPITO, muy distinto es el engaño con fines egoístas y/o aspectos sociopáticos (véase corruptos, defraudadores, agresores sexuales, etcétera, etcétera)
No obstante, debemos que la mentira (incluso la piadosa, o sobretodo esta última) revierte principalmente en beneficio propio. A pesar de ayudar a un tercero con un embuste compasivo, todo ser humano desea proyectar una imagen pública amable. Y es que en la carrera evolutiva de la supervivencia, ser un buen tipo y parecerlo, promete un mayor acceso a recursos. Somos animales, jamás lo olvidemos.
Volviendo a la lucha entre la verdad y la mentira, según desarrollamos sistemas biológicos más potentes para captar mentiras, éstas se vuelven más refinadas. Buena parte de los antropólogos opinan que nuestro cerebro se complejizó para dar cabida a falseamientos cada vez más elaborados y así sobrevivir mejor.
En esta línea, es un hecho que una buena mentira requiere creatividad y empatía, bienes propios de las mentes notables. Así por ejemplo, una hipótesis controvertida (defendida en mayor o menor medida por investigadores como Oliver Sacks, Eckman, Etcoff…) es que a mayor capacidad del lenguaje, mayores las mentiras, ergo, algunos fallos en el lenguaje propician un mayor detector de mentiras.
Recuerdo perfectamente el libro “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” donde Sacks narraba como en su hospital, el pabellón de afásicos (pacientes con incapacidad total para entender el lenguaje) observaban atentos al discurso del presidente Reagan. El neuropsicólogo más novelesco describía absorto como estas personas, que no entendían ni jota del speech del presidente, mostraban una sonrisa ladina al escucharlo.
¿De qué se reían estos picaruelos? Fácil. Su afasia de comprensión les hizo inmunes al lenguaje y por tanto, también inmunes a ser engañados por el lenguaje (Además habían desarrollado un talento insuperable para la lectura de gestos)
En esta línea de investigaciones, cuando un cerebro decide mentir, mediante tomografía de resonancia magnética funcional se evidencia una mayor afluencia de riego sanguíneo tanto en el Giro Cingular como en la corteza prefrontal. Es un dato interesantísimo que cuando el paciente no-miente, no hay cambios en el riego sanguíneo. En otras palabras, el estado natural del flujo de sangre es no-mentir, o lo que es lo mismo: hace falta un esfuerzo cerebral para faltar a la verdad
La mentira nos rodea por doquier, parece la famosa Rebeca de Hitchcock que está sin estar. Serafín Lemos, de la Facultad de Psicología de Oviedo, deja claro que al despertar y salir de casa, ya puedes estar mintiendo. Cierto. Resulta tan sencillo como encontrarte con cualquiera en el ascensor y decir “buenos días”. ¿Buenos? ¿Por? ¿Lo son realmente? Es más, ¿honestamente le deseas SIEMPRE buenos días al gritón ruidoso de tu vecino?…En fin, están locos estos humanos.
Withen y Byrne hablaron en el 97 de la llamada inteligencia maquiavélica, común a humanos y muchos primates. Nuestro intelecto ha ido desarrollando una capacidad adaptativa alucinante, recurriendo cada vez más a estrategias de conveniencia, alianzas y forma refinadas de manipulación según lo exija la situación.
Absolutamente cautivador es también el hecho de que nuestras mentiras sean superiores gracias a la madre de todas ellas: el autoengaño. R. Trivers, socio-biólogo, sostiene que (lo pongo en mis palabras) a la hora de dar gato por liebre, mucho mejor si uno mismo está convencido de que está vendiendo liebre. Se trata sencillamente de ser más convincente.
El ser humano trabaja con realidades y para ello las ajusta a sus intenciones y necesidades.
En la terrible guerra entre el conocimiento científico y la sabiduría popular, con excelente tino Jaume Masip, de la Universidad de Salamanca, denuncia como todo el mundo opina alegremente de esto. Ya cualquiera puede poseer el poder para detectar el fraude de manera profesional (y casi divina se diría)
Actualmente aguantamos a millones de expertos en la materia que dominan la persuasión, la comunicación no verbal, hablar en público, la postura facial exitosa… No es ni mucho menos terreno exclusivo de los psicólogos, pero huele un poco que millones de profesionales se presenten como detectores humanos de mentiras, y la cuenta sigue subiendo. No digo que sea imposible, digo que captar la verdad es un arte delicadísimo y que todo ser humano diga ser capaz de saber quien miente, quizá no es más que otro ejemplo bastante ilustrativo de hasta dónde llega el ímpetu de la mentira.
De tal manera hallamos un filón en el ámbito de la comunicación no verbal. Siguiendo las fabulosas tesis de Masip, hablamos de esos supuestos gestos inequívocos de única interpretación que resultan la panacea de este tema tan horriblemente profanado. Si cruzas los brazos no estás receptivo, si miras al lado izquierdo estás mintiendo, si adelantas la mandíbula presentas dominancia, si pestañeas malo, si no pestañas peor…
Es absolutamente cierto que el cuerpo habla y nos delata, pero dejemos al Mentalista, a House, a Sherlock y a toda la panda de agudos lectores de mentes en ese paraíso hermoso llamado ficción.
CONCLUSIÓN:
Aquello de “Es más fácil pillar a un mentiroso…” es falso. A pesar del entrenamiento, la experiencia, las técnicas, los soportes tecnológicos y nuestra complejización funcional y estructural, detectar la mentira es mucho más intrincado de lo que parece. Por supuesto existen posibilidades pero no tiene nada de simple o automático.
Y de hecho no es extraño, la mentira es un mecanismo vital de supervivencia y clave imprescindible para vivir en sociedad. Otorga eficacia social y biológica. Es un regalo de la naturaleza responsable de poder vivir un día más en la jungla, llegar más tarde a casa, afanar dinero a espuertas, insuflar esperanza a enfermos terminales, defraudar a naciones enteras, robar algún beso que otro y crear a los reyes magos.
¿Que por qué mentimos? Lo de siempre, por no aburrirnos